domingo, 26 de mayo de 2013

¿Qué tan inteligentes somos los ecuatorianos?

Esta entrada la escribió mi padre.  Le he pedido permiso para reproducirla en mi blog.

De tal palo, tal astilla, diréis...


¿QUÉ TAN INTELIGENTES SOMOS LOS ECUATORIANOS?

El día sábado 18 de este mes de mayo, como a las 11:30 me encontraba en la Carretera Panamericana aproximándome a Quito y, como el viaje había sido largo, hacía mucho sol, el auto estaba muy abrigado y con poca ventilación, comencé a dormitar. Como no conversaba con el amigo que conducía, este tuvo la espantosa idea de encender el radio del auto, y en la emisora sintonizada se estaba transmitiendo el discurso que aquellos ecuatorianos que no pueden impedirlo tienen que escuchar todos los sábados. Como soy muy respetuoso de los demás no le rogué que, por favor, por caridad, por todos los santos, cambiara de emisora o apagara el radio. El auto era suyo, el radio también, me estaba haciendo un servicio (claro que pagado), no iba yo a cometer la descortesía de pedirle que satisfaga mis deseos, nunca me he considerado el más importante de todos, siempre actúo como que todos son más importantes que yo.

Lo primero que escuché al orador es que el gobierno va a construir un complejo de lujo junto a la Ciudad Mitad del Mundo para que funcione como sede de UNASUR. Al parecer estaba por concluir la descripción del complejo, lo que alcancé a oír es que tendría una piscina con piso de cristal por el que se filtrarían las luces, iluminando de esta manera desde el fondo de la alberca.

Lo primero que me pregunté, lógicamente, fue ¿cuál es la necesidad de tanto lujo? Una de las respuestas que vino a mi mente fue si no será que estoy muy mal informado, y que en alguna universidad extranjera acreditada clase “A” habrán descubierto que la inteligencia se estimula cuando los seres humanos se bañan con las piernas iluminadas; o cuando se sienten como jeques árabes en un país con una población muy numerosa que no alcanza a satisfacer sus necesidades básicas.

También me pregunté ¿cómo se sentirán los millones de desempleados que ni siquiera tienen una ducha en su casa para toda su familia? ¿Por qué todos los embajadores y presidentes de UNASUR tienen más derecho que uno solo de ellos? ¿cómo se sentirán los centenares de pobladores desalojados a palos de su asentamiento en la ciudad de Guayaquil, que con su trabajos e impuestos pagarán esos lujos, sabiendo que no hay dinero para sus viviendas y sí para los lujos de los embajadores que vendrán, a lo sumo, una vez al año? No faltará alguno que ruegue fervientemente que ninguno de esos embajadores sea tan valiente que pegue a las mujeres.

Luego escuché que se esperaba que la iniciativa privada construya hoteles de 5 estrellas en los alrededores de este complejo de lujo.

La única justificación que escuché para tanto exceso era que con ese complejo de lujo oriental, Quito se convertiría en la “capital de América”. Y, claro, inmediatamente me pregunté si para ser capital de algún ámbito territorial nada más hay que tratar a los embajadores con lujos y excesos. Hace algunos años leí una revista llamada América Economía, en la cual publicaban (no sé si continúen haciéndolo) el “Ranking de las mejores ciudades de la región” o las ciudades más competitivas de América; ahí ponían una matriz con 14 variables para hacer la calificación y, cosa rara, ninguna de esas variables era “contar con un complejo de lujo para las reuniones internacionales”, si bien es cierto que sí ponían dos variables algo relacionadas: “número de hoteles 4, 5 estrellas y de lujo” y “sedes regionales multinacionales”. En la siguiente edición de esta clasificación ya no fueron consideradas esas variables. Siempre existe la posibilidad de que los especialistas en ese tema estén equivocados, pero es imposible que  el orador citado sea el único que posea la verdad.

A continuación el orador se refirió a una visita que había efectuado a una fábrica de confecciones propiedad del Estado. Se manifestó muy satisfecho de haber encontrado trabajadores dedicados y responsables, especialmente de que había muchas mujeres laborando allí. Muy bien. Pero a continuación dijo que en esa empresa existían máquinas tan sofisticadas que hacían muchas labores y que, con ellas, se disminuía el número de obreros. Declaró que había pensado en dos medidas para corregir la situación: la primera, eliminar esas máquinas para aumentar los puestos de trabajo.

Me van a disculpar pero, respecto de la primera medida me pregunté: ¿Será que en el siglo XXI, para crear fuentes de trabajo  hay que eliminar los avances tecnológicos y volver a la manufactura del siglo XVI? No es útil quedarse en las preguntas, ¿no es cierto? sino que hay que buscar respuestas, y como no soy economista, se me ocurre que estas son las nuevas teorías que se están enseñando en alguna universidad extranjera acreditada clase “A”, en las facultades de economía de nivel internacional. Siempre hay que conceder el beneficio de la duda a las personas.

La segunda medida anunciada fue que no era lógico que esa fábrica se encargase de producir tantas cosas, que era mejor delegar a la empresa privada algunas de ellas. Respecto de esta segunda medida me acordé que uno de los paradigmas del neoliberalismo, al que en varias oportunidades se refirió el orador en términos despectivos es, justamente, reducir el tamaño del Estado y delegar a la empresa privada algunas de sus funciones. Si se despreciaba a los que proclamaban esa necesidad, y en la siguiente frase se anunciaba sus virtudes, puesto que yo no tengo por costumbre creer que los demás están equivocados y dicen disparates con mucha frecuencia, sino que lo más probable es que yo sea el equivocado, me pareció que lo que debía hacer era concurrir donde un notario público y declararme loco de solemnidad.

A continuación el orador pasó a referirse a una visita al Banco Central. Luego de denigrar a todos los presidentes del Ecuador que le habían precedido, gerentes del banco y empleados, dijo que, entre otras barbaridades, había encontrado un auditorio abandonado, en el que se había invertido un millón de dólares y que estaba convertido en bodega. Afirmó que, puesto que no era lógico dejarlo en ese estado, iba a invertir otro millón de dólares para habilitarlo.

No pude evitar que mi mente volviera a hacer preguntas: Si no existe necesidad de ese auditorio, si días atrás se había desalojado a palos a cientos de pobladores de sus humildes viviendas, si en el Ecuador abundan las escuelas desvencijadas, si con las primeras lluvias medio Ecuador queda bajo el lodo, si millones de ecuatorianos no disponen de agua potable, de alcantarillado ni equipamiento decente de salud, ¿es justo, racional y prioritario despilfarrar un millón de dólares en esa necesidad inexistente? ¿Cuántas escuelas pueden ser construidas o reconstruidas con ese millón? ¿No será mejor invertir ese millón de dólares en diseñar un mecanismo de crédito para que los pobladores compren el terreno del que fueron desalojados y construyan sus viviendas? Claro que existe la posibilidad de que las modernas teorías económicas proclamen que invirtiendo un millón de dólares en cosas innecesarias, ese dinero se vaya a reproducir por cien para ahora sí atender a las necesidades reales. Concedamos el beneficio de la duda.

El orador pasó a referirse a sus ideas del nuevo Banco Central de su gobierno. Entre otras cosas que siguieron alarmándome y provocando dudas y preguntas, solamente quiero referirme a que para esos nuevos empleados y funciones iba a construir otro edificio, sencillo, según sus palabras “sin peluconadas”. Y que para el edifico actual se buscaría compradores o demandantes, “tal vez el Ministerio de Cultura o el Municipio de Quito, que ha dicho que necesita algunas oficinas”.

Preguntitas inocentes: ¿Por qué no se adecúa o rehabilita el mismo edificio para las nuevas funciones? Los arquitectos e ingenieros ecuatorianos tienen capacidades más que sobradas para hacerlo, y siempre es más barato que construir uno nuevo. El orador dijo “un edificio sencillo, sin peluconadas”. O sea que los nuevos empleados del Banco no necesitan estimular su inteligencia mediante una piscina que ilumine sus piernas mientras se bañan, como sí lo necesitan los embajadores de UNASUR? Menos mal.

En el contexto de la descripción de la visita al Banco Central, el orador dijo que aquel tenía en propiedad miles de bienes expropiados a sujetos acusados de delitos, y que aquellos estaban abandonados, destruyéndose e  improductivos, entre los cuales había haciendas, edificios, etc., de mucho valor, y que esa situación debía corregirse. Bien. Pero la solución proclamada era que cuando ocurriese una situación semejante, es decir que alguna persona fuera acusada de algún delito por el que se le debía expropiar sus bienes, inmediatamente se pasaría a rematarlos o venderlos, y si al final de las investigaciones y de los juicios correspondientes, el acusado era culpable, pues que no había pasado nada y que el dinero era del Estado, pero que si el acusado era finalmente declarado inocente, se le entregaría el dinero con sus intereses. ¿Qué les parece?

O sea que apenas un ciudadano sea acusado de un delito por el que tenga que responder con sus propiedades, el Estado ipso facto venderá esos bienes ajenos. Si el ciudadano resulta inocente, el Estado le dirá: “lo siento mucho, disculpará no más, aquí está su dinero con los intereses, aquí no ha pasado nada”. En pocas palabras todos somos culpables mientras no demostremos lo contrario o, todos estamos en libertad condicional, cualquier día nos meten en la cárcel y antes de demostrar nuestra culpabilidad nos despojan de todo. Ese es el país del “buen vivir”.

El discurso continuó, pero…
¡Por fin llegué a Quito! ¡Nunca me he sentido tan contento de ver tu perfil, tu imagen, tus montañas, terminó mi encierro, terminó mi tortura!

Pero mi mente permaneció haciéndose preguntas, algunas de ellas comparto con ustedes:

¿Cuánta inteligencia, cultura, educación, ética y moral tiene una persona que con mucha frecuencia denigra, insulta y desprecia a los demás?
La prepotencia y vanidad, el proclamar que siempre se tiene la razón y que los demás son despreciables, ¿son virtudes o defectos?
Esas características y comportamiento, pregunto a los sicólogos, ¿no son signos de un complejo de inferioridad y del íntimo convencimiento de que no se tiene la razón, de vivir como “gato panza arriba”?
Los ecuatorianos, ¿demandamos calidad a nuestros mandatarios, es decir a aquellos que están obligados a cumplir nuestros mandatos? ¿O nos sentimos felices y satisfechos con lo que dicen, legislan y construyen, con la manera como se comportan; demostrando así que somos iguales o inferiores a ellos? ¿Qué hacemos para demandar calidad? ¿Cuántos demandamos y exigimos calidad, honestidad, ética, moral, en suma –según Sócrates- inteligencia, primero ejercitando esas virtudes en nuestra vida diaria?
¿Nos sentimos representados por esos gobernantes? ¿Somos dignos y merecedores de nuestra suerte?
¿Qué tan inteligentes somos los ecuatorianos?
Leonardo Miño Garcés. 2013-05-24

domingo, 19 de mayo de 2013

Mi papá y los zapatos de velcro




Cuando termino mi entrenamiento en la piscina, cada noche, tras secarme y vestirme, me pongo mis zapatos con velcro, en lugar de cordones, muy fáciles de poner y quitar y en el preciso momento en que ajusto las tiras de velcro, que terminan en una florecita rosa, recuerdo a mi padre.

También lo recuerdo cuando preparándome el desayuno, unto mantequilla en la tostada sin olvidar ni una esquinita. La verdad es que hay infinidad de cosas, momentos y sensaciones que me recuerdan a mi padre, sin embargo, tenía una deuda pendiente con los zapatos con velcro y en cuanto he logrado racionalizar el por qué de ese recuerdo tan recurrente, me he dispuesto a ponerlo por escrito para que no se me escape.

Cuando ajusto las tiras de mis zapatos con velcro, cuando las ajusto muy bien para que no vayan a desatarse por el camino, recuerdo a mi padre, sencillamente porque mi padre ajustaba las tiras de velcro, los cordones o las correas de mis zapatos tan bien que era imposible que se desataran por el camino, también untaba con mantequilla hasta la esquina más rebelde de mis tostadas, me cogía de la mano tan fuerte que parecía que creía que me iba a escapar y cuando íbamos andando por la calle, me apretaba más fuerte aún para que recordara que no iba sola y que nada ni nadie podría hacerme daño; cuando me preparaba el almuerzo, cerraba el termo del zumo con tantísima fuerza que impajaritablemente tenía que pedir ayuda para abrirlo, pero jamás se me escapó una sola gota de zumo, jamás me perdí entre la multitud, nunca me tomé una tostada que fuera algo menos que perfecta y jamás de los jamases se me escapó un zapato al andar.
Y resulta que ahora que nos disponemos a tener hijos, me ha dado por recordar estas cosas, y no sólo estas sino otras aún más impresionantes como que para evitar que me resfriara, mi padre dejaba la ropa sobre la cama, doblada de tal manera que fuera facilísimo vestirme sin que cogiera frío, la ropa se deslizaba literalmente por mi cuerpo como por arte de magia, no sé cómo lo hacía; cuando me negaba a desayunar me traía un tazón de yogurt con cereales bien grande a la cama, cuando tuve la hepatitis me preparaba el suero oral con Sprite para que no me diera cuenta de que era un medicamento y cuando era tan pequeña que ya casi lo he olvidado, me ponía azúcar en la boca cuando lloraba, para que olvidara el motivo de mi llanto.

Mi padre no era de grandes gestos, aunque en el día a día era pródigo en gestas y por eso lo recuerdo cada noche cuando me ajusto las tiras de velcro de los zapatos, porque espero un día tener la paciencia enorme y el amor inmenso para ajustar los zapatos de mis hijos, untarles la tostada, cogerles de la mano, y ponerles azúcar en la boca para que olviden el motivo de sus tristezas y de sus llantos y para que cuando sean mayores y tengan que ajustar sus propios zapatos y sus cuentas con la vida, recuerden que su abuelo me enseñó a ajustar tiras de velcro, a llenar sus vidas de azúcar y a reparar sus corazones rotos y sientan la responsabilidad de ser adultos optimistas a los que nadie podría hacer dudar de su futuro simplemente porque tuvieron la suerte de tener ese abuelo magnífico que nos enseñó y nos sigue enseñando que el mundo es un lugar solitario para la gente honesta pero que hay que ajustarse muy bien los zapatos para no perderlos por el camino y seguir avanzando, siempre hacia adelante.