viernes, 20 de junio de 2014

Los médicos...y la humanidad

La semana pasada fuimos con nuestro pequeño Leo al pediatra; buscamos uno que hablase inglés porque al ser la primera visita y al ser yo una maniática de la salud y del bienestar de mi peque, no queríamos que se nos pasase nada de nada.

Encontramos el mejor pediatra buscando en Internet y atendiendo a las opiniones de los internautas; resultado: encontramos a la mejor pediatra...yo diría que del mundo, pero puede que me esté dejando llevar por el entusiasmo generado por el hecho de haber encontrado un médico humano.

La primera vez que llevamos a Leo al pediatra en España volví llorando a casa; es verdad que acababa de parir y que las hormonas del post parto pueden haberme jugado una mala pasada, pero la sensación de haber dado un susto de muerte y de haber hecho pasar un muy mal rato a quien más quiero, no me abandonó hasta horas después.  Sin embargo, no sé por qué, pensé que las visitas al médico tienen que ser así.  No era verdad.

Lo que nos sorprendió al llegar a la clínica donde visita la nueva pediatra fue lo alegre y acogedor del sitio: todas las puertas eran de un amarillo brillante, había también mucho verde limón, muchos cuadros con animalitos, muchos juguetes, muchas salas de juegos...en fin...los pocos niños que esperaban a su pediatra a esa hora, jugaban alegres y despreocupados mientras yo me comía las uñas hasta el codo pensando en la última visita al pediatra de mi pequeño Leo.

Cuando llegó nuestro turno, nos pidieron que desnudásemos al bebé, yo obviamente pensé: aquí vamos, esta es la parte donde mi niño empieza a llorar y no se calma hasta una hora después de haber dejado la consulta...no podía estar más equivocada! la sala estaba a una temperatura ideal, en silencio y la camilla tenía un cocodrilo de peluche verde y rosa que llamó la atención de nuestro pequeño, y le hizo olvidar que le estábamos desnudando.

Al poco rato llegó la pediatra, nos saludó, nos dio la mano y se presentó, nos explicó lo que iba a hacer en esta visita y en la siguiente, respondió pacientemente a todas nuestras preguntas -tan pacientemente que yo empecé a hacerle más preguntas de la cuenta porque no me lo creía- y luego, ocurrió lo inesperado: se acercó a Leo, le saludó, le dijo que era su pediatra y tras pedirle permiso y explicarle lo que le iba a hacer, se calentó las manos, calentó el estetoscopio (ojo al detalle) y empezó a examinar a nuestro sanísimo, mofletudo y precioso bebé.  Todo esto de saludar y presentarse a lo mejor y digo a lo mejor porque nunca he visto que se haga, hubiera sido normal para otro médico si Leo tuviera 4 o 5 años, lo cierto es que tiene siete semanas de vida; aún así, estoy segura de que se enteró perfectamente de que le estaban tratando con respeto y cariño, con la humanidad con que deberían tratar todos los médicos a sus pacientes pero con la que lamentablemente hace tiempo que no nos encontrábamos.

Esta vez se nos pasó agradecerle el afecto y el respeto con el que trató a nuestro pequeño e incluso a nosotros, padres primerizos y asustados que jamás nos contentaremos con la respuesta fácil y que finalmente hemos encontrado alguien que entienda la inmensa importancia de cada una de las preguntas que un padre hace sobre la salud de su hijo y la magnitud del dolor y la angustia que sentimos ante su llanto o al ponerle en manos de un pediatra imperfecto.  La próxima lo haremos; le tocan las vacunas así que llorará sí o sí, pero al menos lo hará en manos de su hada madrina.