De tal palo, tal astilla, diréis...
¿QUÉ TAN INTELIGENTES SOMOS LOS ECUATORIANOS?
El
día sábado 18 de este mes de mayo, como a las 11:30 me encontraba en la
Carretera Panamericana aproximándome a Quito y, como el viaje había sido largo,
hacía mucho sol, el auto estaba muy abrigado y con poca ventilación, comencé a
dormitar. Como no conversaba con el amigo que conducía, este tuvo la espantosa
idea de encender el radio del auto, y en la emisora sintonizada se estaba
transmitiendo el discurso que aquellos ecuatorianos que no pueden impedirlo
tienen que escuchar todos los sábados. Como soy muy respetuoso de los demás no
le rogué que, por favor, por caridad, por todos los santos, cambiara de emisora
o apagara el radio. El auto era suyo, el radio también, me estaba haciendo un
servicio (claro que pagado), no iba yo a cometer la descortesía de pedirle que
satisfaga mis deseos, nunca me he considerado el más importante de todos,
siempre actúo como que todos son más importantes que yo.
Lo
primero que escuché al orador es que el gobierno va a construir un complejo de
lujo junto a la Ciudad Mitad del Mundo para que funcione como sede de UNASUR.
Al parecer estaba por concluir la descripción del complejo, lo que alcancé a
oír es que tendría una piscina con piso de cristal por el que se filtrarían las
luces, iluminando de esta manera desde el fondo de la alberca.
Lo
primero que me pregunté, lógicamente, fue ¿cuál es la necesidad de tanto lujo?
Una de las respuestas que vino a mi mente fue si no será que estoy muy mal
informado, y que en alguna universidad extranjera acreditada clase “A” habrán
descubierto que la inteligencia se estimula cuando los seres humanos se bañan
con las piernas iluminadas; o cuando se sienten como jeques árabes en un país
con una población muy numerosa que no alcanza a satisfacer sus necesidades
básicas.
También
me pregunté ¿cómo se sentirán los millones de desempleados que ni siquiera
tienen una ducha en su casa para toda su familia? ¿Por qué todos los
embajadores y presidentes de UNASUR tienen más derecho que uno solo de ellos? ¿cómo
se sentirán los centenares de pobladores desalojados a palos de su asentamiento
en la ciudad de Guayaquil, que con su trabajos e impuestos pagarán esos lujos,
sabiendo que no hay dinero para sus viviendas y sí para los lujos de los
embajadores que vendrán, a lo sumo, una vez al año? No faltará alguno que
ruegue fervientemente que ninguno de esos embajadores sea tan valiente que
pegue a las mujeres.
Luego
escuché que se esperaba que la iniciativa privada construya hoteles de 5
estrellas en los alrededores de este complejo de lujo.
La
única justificación que escuché para tanto exceso era que con ese complejo de
lujo oriental, Quito se convertiría en la “capital de América”. Y, claro,
inmediatamente me pregunté si para ser capital de algún ámbito territorial nada
más hay que tratar a los embajadores con lujos y excesos. Hace algunos años leí
una revista llamada América Economía, en la cual publicaban (no sé si continúen
haciéndolo) el “Ranking de las mejores ciudades de la región” o las ciudades
más competitivas de América; ahí ponían una matriz con 14 variables para hacer
la calificación y, cosa rara, ninguna de esas variables era “contar con un
complejo de lujo para las reuniones internacionales”, si bien es cierto que sí
ponían dos variables algo relacionadas: “número de hoteles 4, 5 estrellas y de
lujo” y “sedes regionales multinacionales”. En la siguiente edición de esta
clasificación ya no fueron consideradas esas variables. Siempre existe la
posibilidad de que los especialistas en ese tema estén equivocados, pero es
imposible que el orador citado sea el
único que posea la verdad.
A
continuación el orador se refirió a una visita que había efectuado a una
fábrica de confecciones propiedad del Estado. Se manifestó muy satisfecho de
haber encontrado trabajadores dedicados y responsables, especialmente de que
había muchas mujeres laborando allí. Muy bien. Pero a continuación dijo que en
esa empresa existían máquinas tan sofisticadas que hacían muchas labores y que,
con ellas, se disminuía el número de obreros. Declaró que había pensado en dos
medidas para corregir la situación: la primera, eliminar esas máquinas para
aumentar los puestos de trabajo.
Me
van a disculpar pero, respecto de la primera medida me pregunté: ¿Será que en
el siglo XXI, para crear fuentes de trabajo
hay que eliminar los avances tecnológicos y volver a la manufactura del
siglo XVI? No es útil quedarse en las preguntas, ¿no es cierto? sino que hay
que buscar respuestas, y como no soy economista, se me ocurre que estas son las
nuevas teorías que se están enseñando en alguna universidad extranjera
acreditada clase “A”, en las facultades de economía de nivel internacional.
Siempre hay que conceder el beneficio de la duda a las personas.
La
segunda medida anunciada fue que no era lógico que esa fábrica se encargase de
producir tantas cosas, que era mejor delegar a la empresa privada algunas de
ellas. Respecto de esta segunda medida me acordé que uno de los paradigmas del
neoliberalismo, al que en varias oportunidades se refirió el orador en términos
despectivos es, justamente, reducir el tamaño del Estado y delegar a la empresa
privada algunas de sus funciones. Si se despreciaba a los que proclamaban esa
necesidad, y en la siguiente frase se anunciaba sus virtudes, puesto que yo no
tengo por costumbre creer que los demás están equivocados y dicen disparates con
mucha frecuencia, sino que lo más probable es que yo sea el equivocado, me
pareció que lo que debía hacer era concurrir donde un notario público y
declararme loco de solemnidad.
A
continuación el orador pasó a referirse a una visita al Banco Central. Luego de
denigrar a todos los presidentes del Ecuador que le habían precedido, gerentes
del banco y empleados, dijo que, entre otras barbaridades, había encontrado un
auditorio abandonado, en el que se había invertido un millón de dólares y que
estaba convertido en bodega. Afirmó que, puesto que no era lógico dejarlo en
ese estado, iba a invertir otro millón de dólares para habilitarlo.
No
pude evitar que mi mente volviera a hacer preguntas: Si no existe necesidad de
ese auditorio, si días atrás se había desalojado a palos a cientos de
pobladores de sus humildes viviendas, si en el Ecuador abundan las escuelas
desvencijadas, si con las primeras lluvias medio Ecuador queda bajo el lodo, si
millones de ecuatorianos no disponen de agua potable, de alcantarillado ni
equipamiento decente de salud, ¿es justo, racional y prioritario despilfarrar
un millón de dólares en esa necesidad inexistente? ¿Cuántas escuelas pueden ser
construidas o reconstruidas con ese millón? ¿No será mejor invertir ese millón
de dólares en diseñar un mecanismo de crédito para que los pobladores compren
el terreno del que fueron desalojados y construyan sus viviendas? Claro que
existe la posibilidad de que las modernas teorías económicas proclamen que
invirtiendo un millón de dólares en cosas innecesarias, ese dinero se vaya a
reproducir por cien para ahora sí atender a las necesidades reales. Concedamos
el beneficio de la duda.
El
orador pasó a referirse a sus ideas del nuevo Banco Central de su gobierno.
Entre otras cosas que siguieron alarmándome y provocando dudas y preguntas, solamente
quiero referirme a que para esos nuevos empleados y funciones iba a construir
otro edificio, sencillo, según sus palabras “sin peluconadas”. Y que para el edifico
actual se buscaría compradores o demandantes, “tal vez el Ministerio de Cultura
o el Municipio de Quito, que ha dicho que necesita algunas oficinas”.
Preguntitas
inocentes: ¿Por qué no se adecúa o rehabilita el mismo edificio para las nuevas
funciones? Los arquitectos e ingenieros ecuatorianos tienen capacidades más que
sobradas para hacerlo, y siempre es más barato que construir uno nuevo. El
orador dijo “un edificio sencillo, sin peluconadas”. O sea que los nuevos
empleados del Banco no necesitan estimular su inteligencia mediante una piscina
que ilumine sus piernas mientras se bañan, como sí lo necesitan los embajadores
de UNASUR? Menos mal.
En
el contexto de la descripción de la visita al Banco Central, el orador dijo que
aquel tenía en propiedad miles de bienes expropiados a sujetos acusados de
delitos, y que aquellos estaban abandonados, destruyéndose e improductivos, entre los cuales había
haciendas, edificios, etc., de mucho valor, y que esa situación debía corregirse.
Bien. Pero la solución proclamada era que cuando ocurriese una situación
semejante, es decir que alguna persona fuera acusada de algún delito por el que
se le debía expropiar sus bienes, inmediatamente se pasaría a rematarlos o
venderlos, y si al final de las investigaciones y de los juicios
correspondientes, el acusado era culpable, pues que no había pasado nada y que
el dinero era del Estado, pero que si el acusado era finalmente declarado
inocente, se le entregaría el dinero con sus intereses. ¿Qué les parece?
O
sea que apenas un ciudadano sea acusado de un delito por el que tenga que
responder con sus propiedades, el Estado ipso facto venderá esos bienes ajenos.
Si el ciudadano resulta inocente, el Estado le dirá: “lo siento mucho,
disculpará no más, aquí está su dinero con los intereses, aquí no ha pasado
nada”. En pocas palabras todos somos culpables mientras no demostremos lo contrario
o, todos estamos en libertad condicional, cualquier día nos meten en la cárcel
y antes de demostrar nuestra culpabilidad nos despojan de todo. Ese es el país
del “buen vivir”.
El
discurso continuó, pero…
¡Por
fin llegué a Quito! ¡Nunca me he sentido tan contento de ver tu perfil, tu
imagen, tus montañas, terminó mi encierro, terminó mi tortura!
Pero
mi mente permaneció haciéndose preguntas, algunas de ellas comparto con
ustedes:
¿Cuánta
inteligencia, cultura, educación, ética y moral tiene una persona que con mucha
frecuencia denigra, insulta y desprecia a los demás?
La
prepotencia y vanidad, el proclamar que siempre se tiene la razón y que los
demás son despreciables, ¿son virtudes o defectos?
Esas
características y comportamiento, pregunto a los sicólogos, ¿no son signos de
un complejo de inferioridad y del íntimo convencimiento de que no se tiene la
razón, de vivir como “gato panza arriba”?
Los
ecuatorianos, ¿demandamos calidad a nuestros mandatarios, es decir a aquellos
que están obligados a cumplir nuestros mandatos? ¿O nos sentimos felices y satisfechos
con lo que dicen, legislan y construyen, con la manera como se comportan;
demostrando así que somos iguales o inferiores a ellos? ¿Qué hacemos para
demandar calidad? ¿Cuántos demandamos y exigimos calidad, honestidad, ética,
moral, en suma –según Sócrates- inteligencia, primero ejercitando esas virtudes
en nuestra vida diaria?
¿Nos
sentimos representados por esos gobernantes? ¿Somos dignos y merecedores de
nuestra suerte?
¿Qué
tan inteligentes somos los ecuatorianos?
Leonardo Miño Garcés.
2013-05-24