Cuando termino mi entrenamiento en la piscina, cada noche, tras
secarme y vestirme, me pongo mis zapatos con velcro, en lugar de cordones, muy
fáciles de poner y quitar y en el preciso momento en que ajusto las tiras de
velcro, que terminan en una florecita rosa, recuerdo a mi padre.
También lo recuerdo cuando preparándome el desayuno, unto
mantequilla en la tostada sin olvidar ni una esquinita. La verdad es que hay
infinidad de cosas, momentos y sensaciones que me recuerdan a mi padre, sin
embargo, tenía una deuda pendiente con los zapatos con velcro y en cuanto he
logrado racionalizar el por qué de ese recuerdo tan recurrente, me he dispuesto
a ponerlo por escrito para que no se me escape.
Cuando ajusto las tiras de mis zapatos con velcro, cuando las
ajusto muy bien para que no vayan a desatarse por el camino, recuerdo a mi
padre, sencillamente porque mi padre ajustaba las tiras de velcro, los cordones
o las correas de mis zapatos tan bien que era imposible que se desataran por el
camino, también untaba con mantequilla hasta la esquina más rebelde de mis
tostadas, me cogía de la mano tan fuerte que parecía que creía que me iba a
escapar y cuando íbamos andando por la calle, me apretaba más fuerte aún para
que recordara que no iba sola y que nada ni nadie podría hacerme daño; cuando me
preparaba el almuerzo, cerraba el termo del zumo con tantísima fuerza que
impajaritablemente tenía que pedir ayuda para abrirlo, pero jamás se me escapó
una sola gota de zumo, jamás me perdí entre la multitud, nunca me tomé una
tostada que fuera algo menos que perfecta y jamás de los jamases se me escapó
un zapato al andar.
Y resulta que ahora que nos disponemos a tener hijos, me ha dado
por recordar estas cosas, y no sólo estas sino otras aún más impresionantes
como que para evitar que me resfriara, mi padre dejaba la ropa sobre la cama,
doblada de tal manera que fuera facilísimo vestirme sin que cogiera frío, la
ropa se deslizaba literalmente por mi cuerpo como por arte de magia, no sé cómo
lo hacía; cuando me negaba a desayunar me traía un tazón de yogurt con cereales
bien grande a la cama, cuando tuve la hepatitis me preparaba el suero oral con
Sprite para que no me diera cuenta de que era un medicamento y cuando era tan
pequeña que ya casi lo he olvidado, me ponía azúcar en la boca cuando lloraba,
para que olvidara el motivo de mi llanto.
Mi padre no era de grandes gestos, aunque en el día a día era
pródigo en gestas y por eso lo recuerdo cada noche cuando me ajusto las tiras
de velcro de los zapatos, porque espero un día tener la paciencia enorme y el
amor inmenso para ajustar los zapatos de mis hijos, untarles la tostada,
cogerles de la mano, y ponerles azúcar en la boca para que olviden el motivo de
sus tristezas y de sus llantos y para que cuando sean mayores y tengan que
ajustar sus propios zapatos y sus cuentas con la vida, recuerden que su abuelo
me enseñó a ajustar tiras de velcro, a llenar sus vidas de azúcar y a reparar
sus corazones rotos y sientan la responsabilidad de ser adultos optimistas a
los que nadie podría hacer dudar de su futuro simplemente porque tuvieron la
suerte de tener ese abuelo magnífico que nos enseñó y nos sigue enseñando que
el mundo es un lugar solitario para la gente honesta pero que hay que ajustarse
muy bien los zapatos para no perderlos por el camino y seguir avanzando,
siempre hacia adelante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario