viernes, 19 de noviembre de 2010

El hombre que todavía cree que puede cambiar el mundo…

Escuché esa frase –en referencia a Barack Obama- en la radio esta mañana mientras me duchaba pensando en mis pequeños y grandes dilemas filosóficos y existenciales.
Si es así, si Obama todavía cree que puede cambiar el mundo, una de dos: es un hombre valiente o todavía no lo ha intentado y no ha chocado una y otra vez con la amarga realidad.
¿Se puede cambiar el mundo?...para mejor, se entiende…¿Se puede hacer del mundo un lugar justo, seguro y solidario?...no lo sé…hoy no tengo más remedio que pensar que por mucha prisa que tengamos, por urgente que nos parezca “cambiar el mundo” los cambios para bien, cuando se producen, son graduales, lentísimos, más aún, que los cambios en las normas son más importantes que los pequeños parches y remiendos que ponemos para “ayudar” a los pobres, léase, todo tipo de cooperación.
Son las normas las culpables, es el derecho y la filosofía que hay detrás de cada ley.  Si el agua fuera en realidad un derecho, no tendríamos que ir por el mundo poniendo parches, cavando pozos y poniendo “grifos comunitarios” cuando en nuestras europeas casas hay por lo menos dos grifos nada comunitarios; si todos tuviéramos derecho a la vida, de verdad, nadie iría repartiendo las sobras de nuestras medicinas ni de nuestra comida a los que no tienen acceso a ellas; si tuviéramos derecho a la dignidad…ah…si tuviéramos derecho a la dignidad…
No sé si hoy todavía creo que se puede cambiar el mundo, de lo que sí estoy segura es de que para ello es imprescindible cambiar primero las normas, empezando por las normas que rigen nuestras elementales e indolentes cabezas y hacernos sentir un poco de vergüenza  que nunca viene mal.

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