"¿No tienes enemigos? ¿Es que jamás dijiste la verdad o jamás amaste la justicia?"
...Grande Ramón y Cajal...
No podría estar más de acuerdo.
domingo, 15 de diciembre de 2013
lunes, 30 de septiembre de 2013
¿Y las "sevillanadas"?
Ante mi inminente mudanza a Alemania,
llevo meses leyendo blogs de españoles –sobre todo españolas- que han emigrado
a Alemania. Los hay para todos los
gustos, los graciosos, los informativos, los quejicas…en fin.
Lo cierto es que leyendo sobre tantas “alemanadas”
como que tu vecino llame a la policía porque has aparcado mal el coche o que
tus niños tengan tres cajitas para reciclar la basura de su habitación, o sobre
la falta de visión lateral de los alemanes que van andando en línea recta y no
se paran aunque vayan a colapsar contigo, e incluso sobre las “horas de silencio” que
todos debemos respetar para permitir la convivencia.
Es sobre estas “horas de silencio” que
vienen bien estipuladas en los contratos de arrendamiento, sobre las que he
reflexionado este fin de semana y a las que va dedicada esta entrada que con
seguridad terminará convirtiéndose en una “Oda
a las Horas de Silencio Obligatorio de los Alemanes”.
Como cualquier embarazada que se precie de
tal, paso las 14 horas del día que estoy despierta, pensando en la manera de
hacer esto o aquello más rápida y eficientemente, dejar esto o aquello para
mañana o simplemente recordarle al mundo –y a mí misma- que estoy embarazada,
con el único fin de dormir un poquito más.
El problema es que aquí en Sevilla el dormir-un-poquito-más no depende
de uno mismo, de cómo organice su tiempo o de la habilidad que tenga para
excusarse de sí mismo y de los demás para ir a dormir una siesta, a la hora que
sea.
En Sevilla nadie tiene el descanso
garantizado a ninguna hora del día, la tarde o la noche. Al igual que todo el mundo cree que el hada de las cacas va a venir a recoger los
excrementos de sus perros, por lo que no deben molestarse en recogerlos ellos
mismos, los sevillanos creen que están solos en el mundo, que son los dueños
del bloque y del universo y que las normas de convivencia no existen.
Personalmente vivo en una barriada
preciosa, con jardines ingleses separando todos los bloques, miles de especies
de plantas y flores adornando y aromatizando los días y las noches; cualquier
que venga de fuera, pensaría que es un sueño hecho realidad vivir en sitio así
en el centro de Sevilla; yo misma me dejé engañar por la ilusión cuando
llegué. Pero no hay nada más alejado de
la realidad.
Los padres con niños pequeños son de facto los dueños de las áreas comunes,
bajan con sus churumbeles sobre las 5 de
la tarde al jardín y no se recogen sino hasta las 9 de la noche, eso si hay suerte. Hasta aquí, no debería haber ningún problema:
esa es la razón de ser de los jardines, ¿no? Yo misma voy a ser madre y si me
pilla aquí, seguramente bajaré con mi pequeño a disfrutar del aire libre. El problema es que, recordemos, para los
sevillanos, no existen las normas de convivencia, los niños gritan con toda la
capacidad de sus pulmones desde las 5 de la tarde hasta las 9 de la noche,
tiran la basura en los jardines y no conocen padre ni madre cuando van a toda
velocidad en sus triciclos. Lo más descorazonador de este asunto, es que los
padres no les piden que bajen la voz, no les enseñan a conducir sus triciclos
para que no sean los demás los que tengan que retirarse a su paso, ni les
enseñan a tirar la basura en las 20 papeleras que hay repartidas por el
jardín. Me imagino que son esos mismos
padres los que llegan a las 2 de la madrugada y haciendo caso omiso de las
señales que indican que no se puede entrar con motocicletas al recinto, no sólo
que entran, con el motor en marcha sino que además aparcan el vehículo en la
puerta de su bloque, ¡porque ellos lo valen! ¡Sí señor!
En particular, los que me traen por la
calle de la amargura y me hacen perder la fe en la raza sevillana cada tarde,
son los vástagos de mis vecinos de en frente.
Los vecinos tendrán sus buenos 70 años, sus hijos 40 y sus nietos unos 7
u 8. Son insufribles, todos ellos. Los hijos llegan a eso de las cinco de la
tarde, con sus churumbeles y los triciclos de estos bajo el brazo, llaman a la
puerta de la abuela pero no suben a verla.
Señoras y señores, aquí empieza el show más penoso y marginal que os
podáis imaginar (si no vivís en Sevilla, ¡claro!). La abuela sale a la terraza y empiezan a
comunicarse a gritos: ¿CÓMO TE HA IDO EN EL COLE? BIEEENNN ABUEEEELAAAAAAA!!!!
¿VAIS A SUBIR? NOOOOOOOOOO LOS NIÑOS SE HAN TRAÍDO LOS TRICICLOOOOOSSSSSSS!!!
¿HABÉIS MERENDADO?...y un largo, larguísimo etc. Todo esto,
mientras yo, en la cuarta planta, intento escribir mi tesis doctoral,
subo el volumen de la tele porque no me entero de nada o me tapo las orejas con
la almohada porque me gustaría poder dormir y descansa en MI PROPIA CASA.
Cuando llego a casa y me los veo en los
triciclos, me pongo a temblar, literalmente.
Hagamos cuentas, hay dos niños,
con dos padres, de modo que deberían ser capaces de controlar cada uno a un
niño y salir airosos cada tarde. Sin
embargo, la madre no hace más que gritar
PAAAAAABLOOOOOOOOOO!!! PAAAAABLOOOOOOOOO!!! TE VAS A CAAAAEEEEERRRRRRR!!!! TE
VAAAASSSS A HACEEERRR DAAAAÑOOOOOO!!! NOOOOO SAAAAALLLGGAAAASSSSS A LAAAAAA
CAAALLEEEEEEE!!!! Mientras se queja con las demás vecinas de lo malo que es el
niño. Mientras tanto el padre, orgulloso, mira a sus retoños ir a toda
velocidad en los triciclos sin pensar en nadie más, en serio, si no te mueves y
les dejas paso, puedes salir seriamente lesionado, mientras el padre mira a los
niños sonriente, pero no les enseña a coger la curva, a mirar hacia adelante o
a esquivar obstáculos, o más bien, personas.
Me da igual la imagen fría, seria y
cerrada que dan los alemanes, mis meses en Alemania han sido los más
productivos en la escritura y en el descanso, el silencio es exquisito y el
respeto por los derechos y la libertad de los demás también. Me seguiré riendo de las “alemanadas” y las
seguiré encontrando curiosas hasta que me acostumbre a ellas, pero de “sevillanadas”
estoy ya hasta el mismísimo gorro.
miércoles, 28 de agosto de 2013
Feliz día de Martin Luther King!
Hoy se cumplen 50 años del discurso más famoso de Martin Luther King; lo he recordado leyendo una vez más, conmovida hasta las lágrimas, este discurso.
Martin Luther King's "I Have a Dream" speech, August 28, 1963
I am happy to join with you today in what will go down in history as the greatest demonstration for freedom in the history of our nation.
Five score years ago, a great American, in whose symbolic shadow we stand today, signed the Emancipation Proclamation. This momentous decree came as a great beacon of hope to millions of slaves, who had been seared in the flames of withering injustice. It came as a joyous daybreak to end the long night of their captivity. But one hundred years later, the colored America is still not free. One hundred years later, the life of the colored American is still sadly crippled by the manacle of segregation and the chains of discrimination.
One hundred years later, the colored American lives on a lonely island of poverty in the midst of a vast ocean of material prosperity. One hundred years later, the colored American is still languishing in the corners of American society and finds himself an exile in his own land So we have come here today to dramatize a shameful condition.
In a sense we have come to our Nation's Capital to cash a check. When the architects of our great republic wrote the magnificent words of the Constitution and the Declaration of Independence, they were signing a promissory note to which every American was to fall heir.
This note was a promise that all men, yes, black men as well as white men, would be guaranteed to the inalienable rights of life liberty and the pursuit of happiness.
It is obvious today that America has defaulted on this promissory note insofar as her citizens of color are concerned. Instead of honoring this sacred obligation, America has given its colored people a bad check, a check that has come back marked "insufficient funds."
But we refuse to believe that the bank of justice is bankrupt. We refuse to believe that there are insufficient funds in the great vaults of opportunity of this nation. So we have come to cash this check, a check that will give us upon demand the riches of freedom and security of justice.
We have also come to his hallowed spot to remind America of the fierce urgency of Now. This is not time to engage in the luxury of cooling off or to take the tranquilizing drug of gradualism.
Now is the time to make real the promise of democracy.
Now it the time to rise from the dark and desolate valley of segregation to the sunlit path of racial justice.
Now it the time to lift our nation from the quicksands of racial injustice to the solid rock of brotherhood.
Now is the time to make justice a reality to all of God's children.
It would be fatal for the nation to overlook the urgency of the moment and to underestimate the determination of its colored citizens. This sweltering summer of the colored people's legitimate discontent will not pass until there is an invigorating autumn of freedom and equality. Nineteen sixty-three is not an end but a beginning. Those who hope that the colored Americans needed to blow off steam and will now be content will have a rude awakening if the nation returns to business as usual.
There will be neither rest nor tranquility in America until the colored citizen is granted his citizenship rights. The whirlwinds of revolt will continue to shake the foundations of our nation until the bright day of justice emerges.
We can never be satisfied as long as our bodies, heavy with the fatigue of travel, cannot gain lodging in the motels of the highways and the hotels of the cities.
We cannot be satisfied as long as the colored person's basic mobility is from a smaller ghetto to a larger one.
We can never be satisfied as long as our children are stripped of their selfhood and robbed of their dignity by signs stating "for white only."
We cannot be satisfied as long as a colored person in Mississippi cannot vote and a colored person in New York believes he has nothing for which to vote.
No, we are not satisfied and we will not be satisfied until justice rolls down like waters and righteousness like a mighty stream.
I am not unmindful that some of you have come here out of your trials and tribulations. Some of you have come from areas where your quest for freedom left you battered by storms of persecutions and staggered by the winds of police brutality.
You have been the veterans of creative suffering. Continue to work with the faith that unearned suffering is redemptive.
Go back to Mississippi, go back to Alabama, go back to South Carolina go back to Georgia, go back to Louisiana, go back to the slums and ghettos of our modern cities, knowing that somehow this situation can and will be changed.
Let us not wallow in the valley of despair. I say to you, my friends, we have the difficulties of today and tomorrow.
I still have a dream. It is a dream deeply rooted in the American dream.
I have a dream that one day this nation will rise up and live out the true meaning of its creed. We hold these truths to be self-evident that all men are created equal.
I have a dream that one day out in the red hills of Georgia the sons of former slaves and the sons of former slaveowners will be able to sit down together at the table of brotherhood.
I have a dream that one day even the state of Mississippi, a state sweltering with the heat of oppression, will be transformed into an oasis of freedom and justice.
I have a dream that my four little children will one day live in a nation where they will not be judged by the color of their skin but by their character.
I have a dream today.
I have a dream that one day down in Alabama, with its vicious racists, with its governor having his lips dripping with the words of interpostion and nullification; that one day right down in Alabama little black boys and black girls will be able to join hands with little white boys and white girls as sisters and brothers.
I have a dream today.
I have a dream that one day every valley shall be engulfed, every hill shall be exalted and every mountain shall be made low, the rough places will be made plains and the crooked places will be made straight and the glory of the Lord shall be revealed and all flesh shall see it together.
This is our hope. This is the faith that I will go back to the South with. With this faith we will be able to hew out of the mountain of despair a stone of hope.
With this faith we will be able to transform the jangling discords of our nation into a beautiful symphony of brotherhood.
With this faith we will be able to work together, to pray together, to struggle together, to go to jail together, to climb up for freedom together, knowing that we will be free one day.
This will be the day when all of God's children will be able to sing with new meaning "My country 'tis of thee, sweet land of liberty, of thee I sing. Land where my father's died, land of the Pilgrim's pride, from every mountainside, let freedom ring!"
And if America is to be a great nation, this must become true. So let freedom ring from the hilltops of New Hampshire. Let freedom ring from the mighty mountains of New York.
Let freedom ring from the heightening Alleghenies of Pennsylvania.
Let freedom ring from the snow-capped Rockies of Colorado.
Let freedom ring from the curvaceous slopes of California.
But not only that, let freedom ring from Stone Mountain of Georgia.
Let freedom ring from every hill and molehill of Mississippi and every mountainside.
When we let freedom ring, when we let it ring from every tenement and every hamlet, from every state and every city, we will be able to speed up that day when all of God's children, black men and white men, Jews and Gentiles, Protestants and Catholics, will be able to join hands and sing in the words of the old spiritual, "Free at last, free at last. Thank God Almighty, we are free at last."
Five score years ago, a great American, in whose symbolic shadow we stand today, signed the Emancipation Proclamation. This momentous decree came as a great beacon of hope to millions of slaves, who had been seared in the flames of withering injustice. It came as a joyous daybreak to end the long night of their captivity. But one hundred years later, the colored America is still not free. One hundred years later, the life of the colored American is still sadly crippled by the manacle of segregation and the chains of discrimination.
One hundred years later, the colored American lives on a lonely island of poverty in the midst of a vast ocean of material prosperity. One hundred years later, the colored American is still languishing in the corners of American society and finds himself an exile in his own land So we have come here today to dramatize a shameful condition.
In a sense we have come to our Nation's Capital to cash a check. When the architects of our great republic wrote the magnificent words of the Constitution and the Declaration of Independence, they were signing a promissory note to which every American was to fall heir.
This note was a promise that all men, yes, black men as well as white men, would be guaranteed to the inalienable rights of life liberty and the pursuit of happiness.
It is obvious today that America has defaulted on this promissory note insofar as her citizens of color are concerned. Instead of honoring this sacred obligation, America has given its colored people a bad check, a check that has come back marked "insufficient funds."
But we refuse to believe that the bank of justice is bankrupt. We refuse to believe that there are insufficient funds in the great vaults of opportunity of this nation. So we have come to cash this check, a check that will give us upon demand the riches of freedom and security of justice.
We have also come to his hallowed spot to remind America of the fierce urgency of Now. This is not time to engage in the luxury of cooling off or to take the tranquilizing drug of gradualism.
Now is the time to make real the promise of democracy.
Now it the time to rise from the dark and desolate valley of segregation to the sunlit path of racial justice.
Now it the time to lift our nation from the quicksands of racial injustice to the solid rock of brotherhood.
Now is the time to make justice a reality to all of God's children.
It would be fatal for the nation to overlook the urgency of the moment and to underestimate the determination of its colored citizens. This sweltering summer of the colored people's legitimate discontent will not pass until there is an invigorating autumn of freedom and equality. Nineteen sixty-three is not an end but a beginning. Those who hope that the colored Americans needed to blow off steam and will now be content will have a rude awakening if the nation returns to business as usual.
There will be neither rest nor tranquility in America until the colored citizen is granted his citizenship rights. The whirlwinds of revolt will continue to shake the foundations of our nation until the bright day of justice emerges.
We can never be satisfied as long as our bodies, heavy with the fatigue of travel, cannot gain lodging in the motels of the highways and the hotels of the cities.
We cannot be satisfied as long as the colored person's basic mobility is from a smaller ghetto to a larger one.
We can never be satisfied as long as our children are stripped of their selfhood and robbed of their dignity by signs stating "for white only."
We cannot be satisfied as long as a colored person in Mississippi cannot vote and a colored person in New York believes he has nothing for which to vote.
No, we are not satisfied and we will not be satisfied until justice rolls down like waters and righteousness like a mighty stream.
I am not unmindful that some of you have come here out of your trials and tribulations. Some of you have come from areas where your quest for freedom left you battered by storms of persecutions and staggered by the winds of police brutality.
You have been the veterans of creative suffering. Continue to work with the faith that unearned suffering is redemptive.
Go back to Mississippi, go back to Alabama, go back to South Carolina go back to Georgia, go back to Louisiana, go back to the slums and ghettos of our modern cities, knowing that somehow this situation can and will be changed.
Let us not wallow in the valley of despair. I say to you, my friends, we have the difficulties of today and tomorrow.
I still have a dream. It is a dream deeply rooted in the American dream.
I have a dream that one day this nation will rise up and live out the true meaning of its creed. We hold these truths to be self-evident that all men are created equal.
I have a dream that one day out in the red hills of Georgia the sons of former slaves and the sons of former slaveowners will be able to sit down together at the table of brotherhood.
I have a dream that one day even the state of Mississippi, a state sweltering with the heat of oppression, will be transformed into an oasis of freedom and justice.
I have a dream that my four little children will one day live in a nation where they will not be judged by the color of their skin but by their character.
I have a dream today.
I have a dream that one day down in Alabama, with its vicious racists, with its governor having his lips dripping with the words of interpostion and nullification; that one day right down in Alabama little black boys and black girls will be able to join hands with little white boys and white girls as sisters and brothers.
I have a dream today.
I have a dream that one day every valley shall be engulfed, every hill shall be exalted and every mountain shall be made low, the rough places will be made plains and the crooked places will be made straight and the glory of the Lord shall be revealed and all flesh shall see it together.
This is our hope. This is the faith that I will go back to the South with. With this faith we will be able to hew out of the mountain of despair a stone of hope.
With this faith we will be able to transform the jangling discords of our nation into a beautiful symphony of brotherhood.
With this faith we will be able to work together, to pray together, to struggle together, to go to jail together, to climb up for freedom together, knowing that we will be free one day.
This will be the day when all of God's children will be able to sing with new meaning "My country 'tis of thee, sweet land of liberty, of thee I sing. Land where my father's died, land of the Pilgrim's pride, from every mountainside, let freedom ring!"
And if America is to be a great nation, this must become true. So let freedom ring from the hilltops of New Hampshire. Let freedom ring from the mighty mountains of New York.
Let freedom ring from the heightening Alleghenies of Pennsylvania.
Let freedom ring from the snow-capped Rockies of Colorado.
Let freedom ring from the curvaceous slopes of California.
But not only that, let freedom ring from Stone Mountain of Georgia.
Let freedom ring from every hill and molehill of Mississippi and every mountainside.
When we let freedom ring, when we let it ring from every tenement and every hamlet, from every state and every city, we will be able to speed up that day when all of God's children, black men and white men, Jews and Gentiles, Protestants and Catholics, will be able to join hands and sing in the words of the old spiritual, "Free at last, free at last. Thank God Almighty, we are free at last."
domingo, 26 de mayo de 2013
¿Qué tan inteligentes somos los ecuatorianos?
Esta entrada la escribió mi padre. Le he pedido permiso para reproducirla en mi blog.
De tal palo, tal astilla, diréis...
De tal palo, tal astilla, diréis...
¿QUÉ TAN INTELIGENTES SOMOS LOS ECUATORIANOS?
El
día sábado 18 de este mes de mayo, como a las 11:30 me encontraba en la
Carretera Panamericana aproximándome a Quito y, como el viaje había sido largo,
hacía mucho sol, el auto estaba muy abrigado y con poca ventilación, comencé a
dormitar. Como no conversaba con el amigo que conducía, este tuvo la espantosa
idea de encender el radio del auto, y en la emisora sintonizada se estaba
transmitiendo el discurso que aquellos ecuatorianos que no pueden impedirlo
tienen que escuchar todos los sábados. Como soy muy respetuoso de los demás no
le rogué que, por favor, por caridad, por todos los santos, cambiara de emisora
o apagara el radio. El auto era suyo, el radio también, me estaba haciendo un
servicio (claro que pagado), no iba yo a cometer la descortesía de pedirle que
satisfaga mis deseos, nunca me he considerado el más importante de todos,
siempre actúo como que todos son más importantes que yo.
Lo
primero que escuché al orador es que el gobierno va a construir un complejo de
lujo junto a la Ciudad Mitad del Mundo para que funcione como sede de UNASUR.
Al parecer estaba por concluir la descripción del complejo, lo que alcancé a
oír es que tendría una piscina con piso de cristal por el que se filtrarían las
luces, iluminando de esta manera desde el fondo de la alberca.
Lo
primero que me pregunté, lógicamente, fue ¿cuál es la necesidad de tanto lujo?
Una de las respuestas que vino a mi mente fue si no será que estoy muy mal
informado, y que en alguna universidad extranjera acreditada clase “A” habrán
descubierto que la inteligencia se estimula cuando los seres humanos se bañan
con las piernas iluminadas; o cuando se sienten como jeques árabes en un país
con una población muy numerosa que no alcanza a satisfacer sus necesidades
básicas.
También
me pregunté ¿cómo se sentirán los millones de desempleados que ni siquiera
tienen una ducha en su casa para toda su familia? ¿Por qué todos los
embajadores y presidentes de UNASUR tienen más derecho que uno solo de ellos? ¿cómo
se sentirán los centenares de pobladores desalojados a palos de su asentamiento
en la ciudad de Guayaquil, que con su trabajos e impuestos pagarán esos lujos,
sabiendo que no hay dinero para sus viviendas y sí para los lujos de los
embajadores que vendrán, a lo sumo, una vez al año? No faltará alguno que
ruegue fervientemente que ninguno de esos embajadores sea tan valiente que
pegue a las mujeres.
Luego
escuché que se esperaba que la iniciativa privada construya hoteles de 5
estrellas en los alrededores de este complejo de lujo.
La
única justificación que escuché para tanto exceso era que con ese complejo de
lujo oriental, Quito se convertiría en la “capital de América”. Y, claro,
inmediatamente me pregunté si para ser capital de algún ámbito territorial nada
más hay que tratar a los embajadores con lujos y excesos. Hace algunos años leí
una revista llamada América Economía, en la cual publicaban (no sé si continúen
haciéndolo) el “Ranking de las mejores ciudades de la región” o las ciudades
más competitivas de América; ahí ponían una matriz con 14 variables para hacer
la calificación y, cosa rara, ninguna de esas variables era “contar con un
complejo de lujo para las reuniones internacionales”, si bien es cierto que sí
ponían dos variables algo relacionadas: “número de hoteles 4, 5 estrellas y de
lujo” y “sedes regionales multinacionales”. En la siguiente edición de esta
clasificación ya no fueron consideradas esas variables. Siempre existe la
posibilidad de que los especialistas en ese tema estén equivocados, pero es
imposible que el orador citado sea el
único que posea la verdad.
A
continuación el orador se refirió a una visita que había efectuado a una
fábrica de confecciones propiedad del Estado. Se manifestó muy satisfecho de
haber encontrado trabajadores dedicados y responsables, especialmente de que
había muchas mujeres laborando allí. Muy bien. Pero a continuación dijo que en
esa empresa existían máquinas tan sofisticadas que hacían muchas labores y que,
con ellas, se disminuía el número de obreros. Declaró que había pensado en dos
medidas para corregir la situación: la primera, eliminar esas máquinas para
aumentar los puestos de trabajo.
Me
van a disculpar pero, respecto de la primera medida me pregunté: ¿Será que en
el siglo XXI, para crear fuentes de trabajo
hay que eliminar los avances tecnológicos y volver a la manufactura del
siglo XVI? No es útil quedarse en las preguntas, ¿no es cierto? sino que hay
que buscar respuestas, y como no soy economista, se me ocurre que estas son las
nuevas teorías que se están enseñando en alguna universidad extranjera
acreditada clase “A”, en las facultades de economía de nivel internacional.
Siempre hay que conceder el beneficio de la duda a las personas.
La
segunda medida anunciada fue que no era lógico que esa fábrica se encargase de
producir tantas cosas, que era mejor delegar a la empresa privada algunas de
ellas. Respecto de esta segunda medida me acordé que uno de los paradigmas del
neoliberalismo, al que en varias oportunidades se refirió el orador en términos
despectivos es, justamente, reducir el tamaño del Estado y delegar a la empresa
privada algunas de sus funciones. Si se despreciaba a los que proclamaban esa
necesidad, y en la siguiente frase se anunciaba sus virtudes, puesto que yo no
tengo por costumbre creer que los demás están equivocados y dicen disparates con
mucha frecuencia, sino que lo más probable es que yo sea el equivocado, me
pareció que lo que debía hacer era concurrir donde un notario público y
declararme loco de solemnidad.
A
continuación el orador pasó a referirse a una visita al Banco Central. Luego de
denigrar a todos los presidentes del Ecuador que le habían precedido, gerentes
del banco y empleados, dijo que, entre otras barbaridades, había encontrado un
auditorio abandonado, en el que se había invertido un millón de dólares y que
estaba convertido en bodega. Afirmó que, puesto que no era lógico dejarlo en
ese estado, iba a invertir otro millón de dólares para habilitarlo.
No
pude evitar que mi mente volviera a hacer preguntas: Si no existe necesidad de
ese auditorio, si días atrás se había desalojado a palos a cientos de
pobladores de sus humildes viviendas, si en el Ecuador abundan las escuelas
desvencijadas, si con las primeras lluvias medio Ecuador queda bajo el lodo, si
millones de ecuatorianos no disponen de agua potable, de alcantarillado ni
equipamiento decente de salud, ¿es justo, racional y prioritario despilfarrar
un millón de dólares en esa necesidad inexistente? ¿Cuántas escuelas pueden ser
construidas o reconstruidas con ese millón? ¿No será mejor invertir ese millón
de dólares en diseñar un mecanismo de crédito para que los pobladores compren
el terreno del que fueron desalojados y construyan sus viviendas? Claro que
existe la posibilidad de que las modernas teorías económicas proclamen que
invirtiendo un millón de dólares en cosas innecesarias, ese dinero se vaya a
reproducir por cien para ahora sí atender a las necesidades reales. Concedamos
el beneficio de la duda.
El
orador pasó a referirse a sus ideas del nuevo Banco Central de su gobierno.
Entre otras cosas que siguieron alarmándome y provocando dudas y preguntas, solamente
quiero referirme a que para esos nuevos empleados y funciones iba a construir
otro edificio, sencillo, según sus palabras “sin peluconadas”. Y que para el edifico
actual se buscaría compradores o demandantes, “tal vez el Ministerio de Cultura
o el Municipio de Quito, que ha dicho que necesita algunas oficinas”.
Preguntitas
inocentes: ¿Por qué no se adecúa o rehabilita el mismo edificio para las nuevas
funciones? Los arquitectos e ingenieros ecuatorianos tienen capacidades más que
sobradas para hacerlo, y siempre es más barato que construir uno nuevo. El
orador dijo “un edificio sencillo, sin peluconadas”. O sea que los nuevos
empleados del Banco no necesitan estimular su inteligencia mediante una piscina
que ilumine sus piernas mientras se bañan, como sí lo necesitan los embajadores
de UNASUR? Menos mal.
En
el contexto de la descripción de la visita al Banco Central, el orador dijo que
aquel tenía en propiedad miles de bienes expropiados a sujetos acusados de
delitos, y que aquellos estaban abandonados, destruyéndose e improductivos, entre los cuales había
haciendas, edificios, etc., de mucho valor, y que esa situación debía corregirse.
Bien. Pero la solución proclamada era que cuando ocurriese una situación
semejante, es decir que alguna persona fuera acusada de algún delito por el que
se le debía expropiar sus bienes, inmediatamente se pasaría a rematarlos o
venderlos, y si al final de las investigaciones y de los juicios
correspondientes, el acusado era culpable, pues que no había pasado nada y que
el dinero era del Estado, pero que si el acusado era finalmente declarado
inocente, se le entregaría el dinero con sus intereses. ¿Qué les parece?
O
sea que apenas un ciudadano sea acusado de un delito por el que tenga que
responder con sus propiedades, el Estado ipso facto venderá esos bienes ajenos.
Si el ciudadano resulta inocente, el Estado le dirá: “lo siento mucho,
disculpará no más, aquí está su dinero con los intereses, aquí no ha pasado
nada”. En pocas palabras todos somos culpables mientras no demostremos lo contrario
o, todos estamos en libertad condicional, cualquier día nos meten en la cárcel
y antes de demostrar nuestra culpabilidad nos despojan de todo. Ese es el país
del “buen vivir”.
El
discurso continuó, pero…
¡Por
fin llegué a Quito! ¡Nunca me he sentido tan contento de ver tu perfil, tu
imagen, tus montañas, terminó mi encierro, terminó mi tortura!
Pero
mi mente permaneció haciéndose preguntas, algunas de ellas comparto con
ustedes:
¿Cuánta
inteligencia, cultura, educación, ética y moral tiene una persona que con mucha
frecuencia denigra, insulta y desprecia a los demás?
La
prepotencia y vanidad, el proclamar que siempre se tiene la razón y que los
demás son despreciables, ¿son virtudes o defectos?
Esas
características y comportamiento, pregunto a los sicólogos, ¿no son signos de
un complejo de inferioridad y del íntimo convencimiento de que no se tiene la
razón, de vivir como “gato panza arriba”?
Los
ecuatorianos, ¿demandamos calidad a nuestros mandatarios, es decir a aquellos
que están obligados a cumplir nuestros mandatos? ¿O nos sentimos felices y satisfechos
con lo que dicen, legislan y construyen, con la manera como se comportan;
demostrando así que somos iguales o inferiores a ellos? ¿Qué hacemos para
demandar calidad? ¿Cuántos demandamos y exigimos calidad, honestidad, ética,
moral, en suma –según Sócrates- inteligencia, primero ejercitando esas virtudes
en nuestra vida diaria?
¿Nos
sentimos representados por esos gobernantes? ¿Somos dignos y merecedores de
nuestra suerte?
¿Qué
tan inteligentes somos los ecuatorianos?
Leonardo Miño Garcés.
2013-05-24
domingo, 19 de mayo de 2013
Mi papá y los zapatos de velcro
Cuando termino mi entrenamiento en la piscina, cada noche, tras
secarme y vestirme, me pongo mis zapatos con velcro, en lugar de cordones, muy
fáciles de poner y quitar y en el preciso momento en que ajusto las tiras de
velcro, que terminan en una florecita rosa, recuerdo a mi padre.
También lo recuerdo cuando preparándome el desayuno, unto
mantequilla en la tostada sin olvidar ni una esquinita. La verdad es que hay
infinidad de cosas, momentos y sensaciones que me recuerdan a mi padre, sin
embargo, tenía una deuda pendiente con los zapatos con velcro y en cuanto he
logrado racionalizar el por qué de ese recuerdo tan recurrente, me he dispuesto
a ponerlo por escrito para que no se me escape.
Cuando ajusto las tiras de mis zapatos con velcro, cuando las
ajusto muy bien para que no vayan a desatarse por el camino, recuerdo a mi
padre, sencillamente porque mi padre ajustaba las tiras de velcro, los cordones
o las correas de mis zapatos tan bien que era imposible que se desataran por el
camino, también untaba con mantequilla hasta la esquina más rebelde de mis
tostadas, me cogía de la mano tan fuerte que parecía que creía que me iba a
escapar y cuando íbamos andando por la calle, me apretaba más fuerte aún para
que recordara que no iba sola y que nada ni nadie podría hacerme daño; cuando me
preparaba el almuerzo, cerraba el termo del zumo con tantísima fuerza que
impajaritablemente tenía que pedir ayuda para abrirlo, pero jamás se me escapó
una sola gota de zumo, jamás me perdí entre la multitud, nunca me tomé una
tostada que fuera algo menos que perfecta y jamás de los jamases se me escapó
un zapato al andar.
Y resulta que ahora que nos disponemos a tener hijos, me ha dado
por recordar estas cosas, y no sólo estas sino otras aún más impresionantes
como que para evitar que me resfriara, mi padre dejaba la ropa sobre la cama,
doblada de tal manera que fuera facilísimo vestirme sin que cogiera frío, la
ropa se deslizaba literalmente por mi cuerpo como por arte de magia, no sé cómo
lo hacía; cuando me negaba a desayunar me traía un tazón de yogurt con cereales
bien grande a la cama, cuando tuve la hepatitis me preparaba el suero oral con
Sprite para que no me diera cuenta de que era un medicamento y cuando era tan
pequeña que ya casi lo he olvidado, me ponía azúcar en la boca cuando lloraba,
para que olvidara el motivo de mi llanto.
Mi padre no era de grandes gestos, aunque en el día a día era
pródigo en gestas y por eso lo recuerdo cada noche cuando me ajusto las tiras
de velcro de los zapatos, porque espero un día tener la paciencia enorme y el
amor inmenso para ajustar los zapatos de mis hijos, untarles la tostada,
cogerles de la mano, y ponerles azúcar en la boca para que olviden el motivo de
sus tristezas y de sus llantos y para que cuando sean mayores y tengan que
ajustar sus propios zapatos y sus cuentas con la vida, recuerden que su abuelo
me enseñó a ajustar tiras de velcro, a llenar sus vidas de azúcar y a reparar
sus corazones rotos y sientan la responsabilidad de ser adultos optimistas a
los que nadie podría hacer dudar de su futuro simplemente porque tuvieron la
suerte de tener ese abuelo magnífico que nos enseñó y nos sigue enseñando que
el mundo es un lugar solitario para la gente honesta pero que hay que ajustarse
muy bien los zapatos para no perderlos por el camino y seguir avanzando,
siempre hacia adelante.
sábado, 19 de enero de 2013
A Don Juan Antonio Carrillo Salcedo, Maestro y Amigo
Esta mañana ha muerto en Sevilla D. Juan Antonio Carrillo Salcedo, excelente Maestro y buen Amigo.
Enseguida me he puesto a escribir porque en esta mañana fría y ventosa es lo único que puedo hacer para sentirme cerca de este gran Amigo que con su partida nos deja un poco más solos y un poco más desamparados.
Don Juan Antonio fue una persona excepcional como sólo podía ser excepcional él; en una sala llena de personas "importantes" jamás olvidaba saludar con dos besos a los amigos, agradecernos por asistir a tal o cual acto y preguntarnos por la familia. Recuerdo en particular una mañana de otoño en la sede de la UNIA en la Rábida donde Don Juan Antonio daba una clase magistral en un curso de verano; había en el patio central tanta gente que era imposible llegar a quien era la estrella de ese curso de verano, no hizo falta siquiera intentarlo, fue él quien se acercó para disculparse por no habernos saludado antes, porque no sabía que tras tantas gafas de sol se escondían sus amigos.
Ese era Don Juan Antonio, el Maestro más brillante y más comprometido, el que nos enseñó a creer de verdad en el derecho internacional con argumentos incontestables, a él le debemos seguir intentando que el mundo sea un lugar mejor a través del derecho y a través de la fe en las instituciones internacionales pero también en las personas. A él le debemos también una visión del mundo como un lugar de cooperación y no sólo de guerra, a él le debemos habernos abierto los ojos a un punto de vista menos cínico y más realista del mundo y de la naturaleza humana.
Recuerdo con cariño las cartas que intercambiamos, en especial recuerdo cuando escribió a mis padres para darles la buena noticia de dos becas que me habían concedido en el mismo verano; recuerdo que dijo muchas cosas buenas de mi que entonces no merecía como no merezco ahora pero que en honor a su memoria intentaré merecer algún día.
Anoche el viento no nos dejó dormir, parecía que iba a acabar con todo. Ahora lo entiendo, el mundo estaba triste porque se estaba despidiendo de una de las mejores personas que lo han habitado.
Cuánto ganamos los que le conocimos y cómo cambió nuestras vidas Don Juan Antonio y cuánto hemos perdido todos con su partida.
Se nos ha ido un hombre bueno, un hombre justo y humilde al que jamás olvidaré.
Enseguida me he puesto a escribir porque en esta mañana fría y ventosa es lo único que puedo hacer para sentirme cerca de este gran Amigo que con su partida nos deja un poco más solos y un poco más desamparados.
Don Juan Antonio fue una persona excepcional como sólo podía ser excepcional él; en una sala llena de personas "importantes" jamás olvidaba saludar con dos besos a los amigos, agradecernos por asistir a tal o cual acto y preguntarnos por la familia. Recuerdo en particular una mañana de otoño en la sede de la UNIA en la Rábida donde Don Juan Antonio daba una clase magistral en un curso de verano; había en el patio central tanta gente que era imposible llegar a quien era la estrella de ese curso de verano, no hizo falta siquiera intentarlo, fue él quien se acercó para disculparse por no habernos saludado antes, porque no sabía que tras tantas gafas de sol se escondían sus amigos.
Ese era Don Juan Antonio, el Maestro más brillante y más comprometido, el que nos enseñó a creer de verdad en el derecho internacional con argumentos incontestables, a él le debemos seguir intentando que el mundo sea un lugar mejor a través del derecho y a través de la fe en las instituciones internacionales pero también en las personas. A él le debemos también una visión del mundo como un lugar de cooperación y no sólo de guerra, a él le debemos habernos abierto los ojos a un punto de vista menos cínico y más realista del mundo y de la naturaleza humana.
Recuerdo con cariño las cartas que intercambiamos, en especial recuerdo cuando escribió a mis padres para darles la buena noticia de dos becas que me habían concedido en el mismo verano; recuerdo que dijo muchas cosas buenas de mi que entonces no merecía como no merezco ahora pero que en honor a su memoria intentaré merecer algún día.
Anoche el viento no nos dejó dormir, parecía que iba a acabar con todo. Ahora lo entiendo, el mundo estaba triste porque se estaba despidiendo de una de las mejores personas que lo han habitado.
Cuánto ganamos los que le conocimos y cómo cambió nuestras vidas Don Juan Antonio y cuánto hemos perdido todos con su partida.
Se nos ha ido un hombre bueno, un hombre justo y humilde al que jamás olvidaré.
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