miércoles, 3 de agosto de 2011

Hambruna en África…y obesidad en el primer mundo…!”•$%&/!


Aunque me sigue horrorizando la cantidad de comida que se tira a la basura cada día en los restaurantes y bares españoles –e imagino que europeos- recuerdo la primera vez que vi viajar del plato a la basura una ración de carne con tomate y patatas fritas de la que alguien había tomado dos o tres bocados solamente. Recuerdo esa experiencia tan vívidamente porque me impactó muchísimo: en mi casa nunca se ha tirado comida, nunca se ha permitido a un niño levantarse sin haber terminado lo que había en el plato y se ha enseñado, en fin, a valorar los alimentos como lo que son, nuestra fuente de vida.
No ha dejado de horrorizarme, no, pero a fuerza de verlo todos los días, compruebo con sorpresa y  tristeza  que ya no me quedo tan perpleja, tan asombrada y sin poder creérmelo, como esa primera vez.
No tengo tiempo para ir a casa a comer así que como todos los días en la calle  y todos los días compruebo con verdadero espanto la cantidad de comida que se deja en los platos y que va a parar al contenedor.  Las patatas fritas son un clásico, la gente come lo que hay alrededor, y deja una cama de patatas fritas en el plato sin pensar que si unen los trozos, formarían una, quizás dos patatas por persona, que multiplicadas por toda la gente que come cada día en la cafetería, sumaría quién sabe cuántos kilos de patatas diariamente tirados a la basura; si a estos varios kilos los multiplicamos por el número de restaurantes y bares que hay en Sevilla –Dios sabe que en Sevilla hay casi un bar por familia- nos daría como resultado una cantidad de patatas suficiente para alimentar por lo menos a una parte importante de la población africana en peligro de muerte por inanición.
Y eso que sólo hemos hablado de las patatas…no hemos dicho nada de los yogures, embutidos, frutas, verduras, pan, leche, etc. Etc. Etc. Que se tiran –incluso en mi casa- porque compramos más de lo que podemos comer y porque ante la abundancia en la que vivimos, no pensamos en lo absurdo de esta situación.
Comemos demasiado, eso está claro.  A unos se nos nota más que a otros pero es una realidad. No pensamos en el casi incipiente gasto calórico que necesitamos para estar sentados frente al ordenador ocho, quizás nueve horas diarias y comemos sin embargo como si fuéramos a correr una maratón todos los días.  Lo pienso cuando me sirven la comida al medio día: me tienen en frente, mido un metro con sesenta, peso sesenta kilos y me echan en el plato una montaña de patatas fritas (por supuesto!) bañadas de carne, pescado o lo que haga falta! Las raciones, tal  y como las sirven, no tienen talla humana, están casi diseñadas para que dejemos la cama de patatas fritas de la que hablé más arriba.
Creo que todos o muchos de nosotros nos levantamos de la mesa cuando no podemos comer más, cuando hemos despachado primero, segundo, bebida y postre y eso no puede ser, por salud y por decencia, debemos aprender y enseñar a nuestro niños la importancia de los alimentos y de la alimentación, la relación entre las calorías que necesitamos, según nuestro metabolismo y nuestra actividad y las calorías que consumimos, de otro modo, vamos a seguir avanzando en este camino sin retorno de la obesidad y las enfermedades asociadas a ella pero además vamos a seguir gastando ingentes cantidades de recursos, que podríamos dedicar a otros menesteres -por ejemplo, a paliar el hambre que azota el cuerno de África- para producir alimentos que finalmente van a ser nocivos para nuestro cuerpos o peor aún, que vamos a terminar desechando.
Está claro que la hambruna en África tiene poco que ver con nuestros hábitos alimenticios (¿no?) pero nuestra manera de desperdiciar recursos como si fueran eternamente renovables sí que resulta catastrófica tanto para África como para todos los países pobres. 
La crisis actual ha sido llamada “Buena Crisis” por unos cuantos y parece que en este sentido, en el de obligarnos a reconocer que los recursos no son ilimitados –ni muchísimo menos!- yo también considero que se trata de una “Buena crisis”.  Aunque no sea por los demás, sino por nosotros mismos, aprenderemos por la fuerza que los recursos con los que contamos son finitos y que debemos gestionarlos eficientemente.
Se trata de otra prueba del desequilibrio del mundo en que vivimos, unos tiramos comida y otros mueren de hambre. No me cabe en la cabeza, esta vez lo digo con más tristeza que indignación.

 P.S. Quiero dejar constancia de que Cecilia y sus compañeras y compañeros de la cafetería del trabajo, que me sirven la comida todos los días con una sonrisa, se han habituado ya a mis porciones pequeñas, me sirven lo que puedo comer y son personas y profesionales fantásticos; por supuesto que no tienen nada que ver con el sin sentido de las patatas fritas!!

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