jueves, 11 de noviembre de 2010

Un trocito de sol en mi casa

 
Confieso que en cuanto supe del proyecto de ISF Andalucía en Tutin Entza (Ecuador) no sólo me mostré escéptica sino abiertamente en contra de instalar placas solares en una comunidad de indígenas Shuar en las profundidades de la selva ecuatoriana.  Que si íbamos  a destruir su estilo de vida, que íbamos a cambiar para siempre su forma de entender la vida en comunidad, que no le deseaba a esta pequeña comunidad de gente sencilla caminar hacia eso que llamamos desarrollo, con 40 horas semanales de trabajo, vacaciones programadas, estrés y un largo etcétera.
Así fue como viajé a Cuenca y después a Macas y Sucúa, con la misma idea porfiada rondándome la cabeza.  Nada más llegar empezamos a hacer preguntas acerca de la gente, de sus costumbres de la tasa de retorno de los jóvenes que salen a estudiar en la ciudad, en fin, de la vida posterior a la colocación de las placas solares, siempre con la sospecha de que habíamos contribuido a “contaminar” a los Shuar con nuestro modo de vida.
Aunque  a veces cuesta rectificar, este no fue el caso;  bastó el principio de una conversación…ni siquiera eso…bastaron las miradas entusiasmadas de los protagonistas de esta historia, sus palabras llenas de gratitud y cariño, el relato de sus experiencias “con luz”, las sonrisas de satisfacción con las que nos comentaban que sus hijos van a la escuela por la tarde y por la noche, que aprenden muchísimo aparte de trabajar, que utilizan el ordenador como nunca soñaron que lo harían, que sus mujeres, una vez terminadas sus labores fuera de casa pueden dedicarle más tiempo a la atención de sus familias porque cuentan con una bombilla “mágica” que les permite continuar aún cuando el sol se ha escondido.
En perfecto castellano -aunque su lengua materna es el Shuar -los “compas” hablan un castellano lento, parsimonioso pero correctísimo- nos dieron las gracias, aunque yo particularmente no las merecía, y con su inquebrantable optimismo nos explicaron cómo se veían en el futuro. 
El entusiasmo venía de esas bombillas que se encienden todas las noches en Tutin Entza, de ese pedacito de sol en cada una de sus casas, el entusiasmo venía de la comprobación de que juntos podían mirar hacia adelante, lograr un porvenir mejor para sus niños y caminar hacia el desarrollo como ellos lo entienden, en su tierra, en su comunidad, con su gente. Para ellos el futuro sólo puede ser mejor que el presente, se trata de hombres y mujeres excepcionales, con una fuerza de voluntad y un optimismo envidiables, con la serenidad y la alegría de quien se sabe afortunado no sólo por la naturaleza exuberante y la paz en la que vive sino porque tiene la certeza de que la situación de su comunidad sólo puede ir a mejor, la voluntad no falta y la fe mueve montañas.
“Me siento muy feliz” era la frase que no se cansaban de repetir, Jorge Unkush, Marga Unkush, Lucho Tsere, Federico, Natale…los compas shuar repitieron estas cuatro palabras infinidad de veces a lo largo de nuestra visita y nosotros también nos sentimos felices por haber tenido el privilegio de ver con nuestros propios ojos el efecto que una bombilla, un trocito de sol, puede tener en la vida diaria de una familia, de una comunidad.
Definitivamente cambiamos su modo de vida, para bien, para mejor.  Todo el mundo merece un trocito de sol en su casa, sobre todo ellos, los compas que quieren seguir trabajando, cambiando el mundo, su mundo, aún cuando el sol se ha puesto.



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